John Galliano, y quién si no, lo demostró en su momento con uno de los desfiles más impactantes que recuerdo. Su adicción al transformismo no creo que venga condicionada por un sentimiento de inferioridad o por ningún complejo estético como se ha demostrado que les pasaba a otros dos costureros aventajados: Karl Lagerfeld y Marc Jacobs. Ambos, lejos de demostrar que los cánones estéticos de la escualidez estaban solamente reservados a las modelos que debían lucir su ropa, se conviertieron a la religión de la delgadez y la musculación, no sé si para ser coherentes con el ideal de mujer que estaban vendiendo o por falta de autoestima en general. Ambos viven obsesionados con su cuerpo y con el nuestro ya para la eternidad.
Lagerfeld se convirtió en un totalitarista de la silueta femenina y no admite ni un solo kilo de más en las clientas que compran sus creaciones. Jacobs, algo más "mamarracha moderna", se limita a estar encantado de conocerse y lucir palmito en la playa cada vez que puede, y comulga, como todos los que participan en este negocio, con el esteriotipo que toca. El clónico. A Jonh Galliano sin embargo, ese señor bajito, no especialmente agraciado, y con mirada de genio loco, no le llevan los demonios de la perfección: al contrario, su concepto de belleza pasa por lo extraño, lo raro y lo distinto.
Este desfile del que os hablo, con el que presentaba su colección de verano de 2006, creo que ha sido la cosa que más le ha salido de dentro en toda su vida. Y si por él fuera, si no mandaran los jefazos que tienen el dinero y llevan de verdad las riendas de la industria de la moda, estoy segura de que todas sus colecciones vendrían presentadas en forma de circo de la diversidad.
Un circo en el que lo variopinta que sea la persona no importa porque es tal su maestría con la ropa y tan ámplio su concepto de ideal femenino o masculino, que se demuestra que todos podemos lucir bien si lo que llevamos encima lo vale. Porque prevalece la personalidad.
Que si tienes cara de ángel y ni un solo gramo de grasa todo te queda mejor es un hecho incontestable. Lo que en el fondo como diseñador dice muy poco de ti. Y es que a Natasha Poly, Kasia Staruss, Anja Rubik, Lily Donaldson, o Anna Selezneva, les queda bien cualquier cosa. Perfección llama a perfección. Así que como no les van a quedar bien vestidos impolutos como los de Marchesa, Versace, o Armani...
¿Pero no tendrá más mérito que encaje en cualquier tipo de cuerpo y fisionomía algo improbable e iverosímil como algunos diseños de Galliano? Fijaos que los diseñadores más estrambóticos son los que más se atreven con modelos raras. Nunca habréis visto en un desfile o campaña de Valentino, Oscar de la Renta, o Chanel, mujeres que se salgan de la definición de guapas. Pero sí en casa de los menos encorseatados y de más amplias miras como Alexander McQueen o Jean Paul Gaultier.
No vamos a tirar por tierra lo que es evidente: las mujeres bellas son bienvenidas dentro y fuera del mundo de la moda. Siempre. Lo que no debería quitar que algún día lo distinto (que no hace falta que roce lo monsturoso, simplemente que se salga de los límites de lo establecido) sea aceptado como bello universal. Y no solamente como peculiar ocasional.
De momento parece que las curvas vuelven a aser aceptadas como parte del ideal de belleza por revistas y estilistas. Que no todavía por diseñadores. Aunque ya veremos cuanto dura esto que en lugar de ser norma, parece ser un ejercicio pasajero por el que le da de vez en cuando al mundo de la moda para lavarse la cara.
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