Hace tiempo leí un post de Armando en Bebés y Más. Un compañero que tiene un hijo que pasaba en ese momento de la segunda infancia a la infancia. Y a él le he copiado el título (casi). Algunos creerán que eso sólo se vive una vez: Ese momento en que son tan ricos que congelarías el tiempo para siempre. Aunque son agotadores también. Pero malas noticias: no. Hoy, con mi hija de 13 años me siento casi igual. No quiero que deje la infancia. La quiero niña. Y a la vez, tengo ganas de verla crecer y de saberla una mujer independiente.
Lucía, mi hija, es preciosa, es niña, las facciones de su cara son redondeadas y su piel es perfecta. Es dulce, disfruta, corre, salta, cae, se levanta... Podría volar.
Tiene la cama llena de peluches. Los pone a sus pies y cada noche decide con cuál duerme. No es fácil la decisión. Les quiere a todos. Les llama por su nombre. Se niega a que nos deshagamos de ninguno. Les habla.
Cada vez menos, juega con muñecas. Las viste. Inventa historias. Le da vergüenza salir a pasear a sus bebés con el carrito. Se ha quedado pequeño, pero además sus amigas ya tampoco juegan con bebés.
No tiene miedo de preguntar. Las respuestas siempre traen conocimiento, no hay tabúes, sus padres no le esconden nada. Ella no esconde nada. No tiene secretos para nosotros. Nunca nos ha mentido. Es franca, natural.
Adora a sus amigas. Tiene con ellas una historia de cuentos desde la infancia y de juegos. Todavía no la han traicionado, todavía no la han decepcionado. Cree en la amistad con todo su corazón. Me ahogo en ternura cuando escribe a sus amigas en su instagram privado: te quiero. Amigas para siempre. Siempre juntas.
Ya tontea con los móviles y el Whatsapp e Instagram y tiene miedo de los mensajes que amenazan con dolor y sufrimiento cuando no sigues la cadena. Se sale de los grupos que dicen tacos y los que no dicen nada interesante. Tiene un blog. Se preocupa si no postea.
Si tiene una pesadilla, viene a nuestra cama a buscar consuelo. Ya mide lo que yo, pero se hace pequeña y nos acaricia suave. Y se calma tocando mi pelo como cuando era un bebé. En sus noches somos su abrazo. Todavía no ha sentido que un hombre le da la espalda en la cama. No sabe lo que es el desengaño.
Es tan preciosa... Pero empieza a encontrarse defectos, el pelo (precioso y voluminoso) es demasiado pelo y se dispara, sale "fea" en las fotos. Aunque todavía no detesta su peso, su pecho, su cadera, su nariz, su boca, sus manos. Todavía no se compara con las modelos de las revistas.
Es tan payasa... Es la que hace reír a sus amigas. Y en clase debe ser una pieza... Tiene humor y carácter de líder. Con 13 años 3 primas pequeñas y una hermana que la adora. Todavía no conoce el fracaso.
Para ella la adolescencia es como la enfermedad que te convierte en zombie. Va viendo, apenada y aterrorizada, como sus compañeras van cayendo. Una a una. Es muy consciente. Y todavía no quiere estar ahí.
Todos esos todavías hacen que no quiera que crezca. Pero por otro lado... Tengo tantas ganas de que crezca. De verla fuerte e independiente. De charlar con ella de adulto a adulto y recibir su opinión madura. De sentir que hace lo que quiere hacer. De saber en qué mujer de convierte.
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