Vivimos en una sociedad tan obsesionada por nuestro aspecto exterior, especialmente el de las mujeres, que no es raro que desde muy pequeñas las niñas estén pensando más en su físico que en jugar y ser niñas de verdad.
El otro día invitaron a mis dos hijas a una fiesta de cumpleaños de una compañera de clase. Pero cuando llegamos al local, aquello no parecía una piscina de bolas o un recreativo: era un mini-salón de belleza. La fiesta de cumpleaños consistía en una sesión de manicura, maquillaje y todo tipo de cuidados estéticos para celebrar el cumpleaños de otra niña. Una fiesta de princesas, nos dijeron.
Qué fuerte. Cuando yo era pequeña, mi madre hacía media docena de sándwiches de jamón y queso, nos ponía ganchitos a rabiar y nos dejaba beber Coca Cola (prohibido totalmente para los menores en aquella época) hasta que nos daba un subidón interactivo de azúcar y destrozábamos mi cuarto. Sin embargo, ahí estaban mis dos niñas, junto con otra media docena más, sentadas como estatuas en un sillón de masaje mientras un par de esteticistas les hacían las manos y los pies. Sólo les faltaba la copa de champán. Algo como lo que podéis ver en este vídeo:
Parecía que se lo estaban pasando bomba jugando a ser mayores. Y sin embargo, a mí no dejaba de chirriarme toda la situación. Mis dos hijas todavía están en Primaria y gracias a internet, las redes sociales y, especialmente, Youtube ya tienen más referentes de modelos y famosas de los que yo he tenido en toda mi vida. Y no es raro que sus ídolos sean celebrities como Ariana Grande o Katy Perry. A mí también me parecen guapísimas y maravillosas, pero ¿no es demasiado pronto para que ellas empiecen a obsesionarse con parecerse a estas famosas? ¿No nos estamos precipitando cuando les pintamos las uñas, las llevamos a salones de belleza o les teñimos el pelo?
Vale. Es sólo un juego, me diréis. Yo soy la primera que de pequeña me colaba en el cuarto de baño de mi madre para robarle el (único) pintalabios y pintarme los morros hasta parecer un payaso. Y, sin embargo, ahora tengo la sensación de que la cosa ha dejado de convertirse en un juego para ir mucho más allá. De que el mensaje que le estamos dando a nuestras hijas es que su físico es mucho más importante que cualquier otra cosa. ¿No sería mucho mejor demostrarles que no pueden ser más maravillosas que ahora mismo, justo en este momento? ¿Con el rostro enrojecido por la risa y por correr por el parque? ¿Con los ojos brillando porque se lo están pasando bien, como niñas que son?
Resulta difícil de explicar porque yo soy la primera que disfruta muchísimo con los masajes, los tratamientos, el maquillaje o llevar un corte de pelo a la última moda. Pero tengo claro que ese tipo de tratamientos está dirigido a las que, como yo, necesitan un cable (cuando no un milagro) para conseguir que su piel luzca más radiante, más lozana, más joven. Uy, como la de una niña. No al revés.
Tengo la impresión de que tratar de que las niñas hagan cosas como los mayores y animarlas a que se hagan tratamientos de belleza (cada vez son más las que acompañan a sus madres a sus citas en el salón) les está mandando un mensaje la mar de peligroso: que su valor como personas depende de su aspecto exterior. Que las estamos presionando para que crezcan demasiado deprisa. Que estar guapas es lo realmente importante.
Y sin embargo, mis hijas no necesita ser guapas para hacer todas sus cosas favoritas. Cosas como patinar, jugar al Monopoly o saltar a la comba. Es normal que quieran crecer, pero todo a su debido tiempo. Sin presiones.
Durante su infancia nuestra única preocupación debería ser que crezcan sanas y felices. Y que se sientan queridas por lo que son, no por lo que parecen. Menos aparentar y más jugar, vamos.
Fotos: Pixabay.com
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