La pasión por los tatuajes es una de esas cosas que sólo pueden entender quienes de verdad la tienen – pensándolo bien, esa es una condición que vale, más o menos, para todas las pasiones -, aunque, en honor a la verdad, hay otras menos definitivas o irreversibles.
Con el transcurrir de los años, algunas de estas pasiones pueden dejar de gustar. La pasión por los tatuajes también, claro, aunque liberarse de ellos resultará mucho más complicado que deshacerse de una colección de cochecitos en miniatura o dejar de hacer cuadritos en petit-point.
Lo cierto es que a quien le gustan los tatuajes normalmente no deja de hacérselos hasta que ya no le queda espacio libre en la piel. Y lo de deshacerse de ellos, es algo que, sencillamente no se contempla.
Como todas las tendencias que han llegado a convertirse en moda, y son aceptadas en sociedad (hasta cierto límite), tener un tatuaje se ha convertido en algo normalísimo. Cada vez son más las personas que, al margen del sexo, de la edad, de la clase social o de la etnia lucen uno con orgullo; y no es raro que se tengan hasta tres o cuatro. La excepción hoy es encontrar algún joven que no luzca ninguno.
Las pasiones son como las dependencias. Significa acabar de hacerse uno, y estar ya pensando en el siguiente. Significa estar horas y horas permitiendo que te pinchen y que te agujereen la piel. Gastarse una pequeña fortuna y no arrepentirse nunca. Saborear cada paso de este extraño ritual.
Significa no sentir miedo de expresarse, comunicar un mensaje, recordar un momento. Cambiar el propio cuerpo para siempre, sin pensar en lo que los demás puedan opinar. La pasión por los tatuajes es aceptar la idea de dejar una señal indeleble, debajo de la piel.
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