Estamos demasiado relajados.
“Relajada tú”, me dirás. “Yo tengo mil cosas que hacer”, añadirás.
Yo también, créeme, y no doy abasto. Estoy estresada. Pero, a la vez, pierdo mucho tiempo.
El ser humano es un ser exagerado. Y cada vez más. No tenemos término medio. Si nos hablan de “slow life”, intentamos relajarnos del todo y se nos escapan muchas cosas. Cuando se nos da por ambiciones, no tenemos más vida que el cumplimiento de nuestros objetivos.
Pasamos días ocupados, nerviosos, faltados de horas. Pero a la vez, por muy imposible que te parezca, perdemos demasiado tiempo.
Hace una semana me he encontrado con esta charla de una psicóloga estadounidense Meg Jay. La charla se titula “Los treinta no son los nuevos veinte”. Así, a priori, suena hasta deprimente. Ahora que pensábamos que somos más jóvenes que nunca, viene esa mujer y nos dice que no: que los treinta son los treinta y los veinte jamás van a volver.
Te resumo un poco el contenido de su discurso (pero te aconsejo ver el vídeo entero). Meg Jay nos cuenta que la personas, hasta llegar a los treinta, nos tomamos la vida muy a la ligera. Malgastamos nuestro tiempo, porque “todavía tenemos toda la vida por delante”. Tenemos rollos amorosos que no nos aportan nada porque “ya tendremos tiempo de ir en serio con alguien”. Aceptamos trabajos chorras porque “aún quedan muchos años para hacer la carrera, ahora hay que vivir”. Y así llegamos a los treinta: sin nada de bagaje, sin experiencia laboral, sin haber elegido bien a la persona con la que queremos compartir el resto de nuestros días.
Voy a hacer un pequeño inciso: se nota que Meg Jay es americana, porque da por hecho que a los veinte todos podemos empezar a construir una carrera y que a los treinta todos deberíamos ir caminando hacia el altar. Esa parte a mí, personalmente, me chirrió un poco. “Si viviese en España, otro gallo cantaría”, pensé.
Sin embargo tiene mucha razón en algo: nos colgamos. Cuando tenemos veinte y tantos años, nos parece que la vida va a durar una eternidad. Pero lo cierto es que cuanto más mayor te haces, más rápido pasan los días. Yo tengo 35, y hace cuatro días cumplía los treinta.
A medida que la iba escuchando, me venía abajo. No es fácil asimilar que, quizás, he malgastado una parte de mi vida. Más difícil es decidir qué quiero hacer con la parte de la vida que me queda. A veces me veo a mí misma como una chica joven, pero luego subo al bus y un niño de diez años me llama señora. Y no doy crédito.
Pero no nos propone vivir en un continuo estrés y valorar si hemos conseguido algo o todavía no. Nos enseña a apreciar nuestro tiempo, a vivirlo plenamente, a cumplir nuestras metas, a no malgastarnos trabajando en sitios que no nos aportan nada o saliendo con una persona que no nos convence.
El tiempo… Las personas no le damos el valor que se merece. Ni respetamos el tiempo de otros. Nos sentimos incómodos pidiendo dinero, pero el tiempo… Pedimos tiempo como si nada. Y les damos tiempo a nuestras parejas mientras se deciden lo que sienten. Vaya por Dios.
No tenemos tiempo para regalar. Nadie tiene tiempo para regalar. Nadie, en su sano juicio, te va a pedir tiempo para decidir si te quiere o no. Que decida mientras veis una peli en el sofá. Que decida mientras salís a correr por la mañana. Que decida mientras sale de fiesta con sus amigos o mientras se va de viaje en solitario. Que decida mientras tú duermes. Pero que no sea tan egoísta para comunicarte su decisión de gestionar tu tiempo como si fuera suyo.
Nadie debería desaprovechar su vida, igual no debería temer a la vejez. Se trata de saber valorar tu tiempo, pero a la vez saber relentizarlo, estirarlo, palparlo y saborearlo. Sentirlo. El término “slow life” no tiene nada que ver con ser vago. Tiene que ver con ser consciente de cada minuto de tu vida.
Pero mientras tanto, como bien dice Meg, también tiene que ver con no dejar las cosas para mañana.
Los treinta no son los nuevos veinte (y menos mal), son los pre-cuarenta, pre-cincuenta y pre-sesenta. Toda tu vida depende de las decisiones que tomas ahora y de cómo repartes tu tiempo de hoy. A qué lo dedicas. Al porqué de la decisión.
Regalar lo único que tienes no es ser generoso, es ser inconsciente.
Fotos| Younger