No lo sabes, pero estos 11 hábitos te están impidiendo ser feliz y los haces todos los días sin darte ni cuenta

No se trata solo de buscar la fórmula de la felicidad, es importante que evitemos aquello que perjudica nuestro bienestar sin saberlo

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En muchas ocasiones pensamos que hay que hacer una u otra cosa para conseguir ser felices. Sin embargo no se trata tanto de acumular experiencias que nos hagan felices, sino de tratar de llevar una vida en la que el bienestar sea una prioridad y para ello, es necesario que ciertos hábitos desaparezcan de nuestra vida.

Aristóteles decía que “La felicidad depende de nosotros mismos”, porque es una elección. Yo he elegido alejar estos hábitos que perjudicaban mi felicidad sin darme ni cuenta y el resultado es que al hacerlo he conseguido casi de una forma mágica sentir un mayor bienestar.

Dejar de hacer ejercicio

Existe evidencia abrumadora que afirma que el ejercicio hecho de forma habitual y en todos los periodos de nuestra vida se asocia con el retraso de la aparición de 40 enfermedades crónicas. Cerca de 1800 millones de adultos corren riesgo de enfermar por falta de actividad física y es que existe un refrán que asegura que “Quien no encuentra tiempo para cuidar de su salud, tendrá que encontrar tiempo para cuidar de su enfermedad”.

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Muchos estudios respaldan la actividad física como una terapia no invasiva para mejorar la salud mental en la cognición, depresión, ansiedad, enfermedades neurodegenerativas y adicción a las drogas. Este estudio comenta que las modificaciones del estilo de vida pueden adquirir una importancia especialmente grande en personas con malestar psicológico. Cuando hacemos deporte liberamos hormonas de la felicidad, así que dejar de hacer ejercicio físico porque no tenemos tiempo o nos faltan ganas, tiene un impacto en nuestra salud mental.

Piensa que la salud no consiste únicamente en evitar enfermedades, sino en cultivar una sensación de vitalidad y bienestar que nos permita afrontar nuestros días con energía, y para ello el ejercicio físico y una alimentación saludable son clave. Y no hace falta que hagamos dos horas de ejercicio diario, la OMS recomienda al menos 150 a 300 minutos de actividad física aeróbica de intensidad moderada o vigorosa por semana para todos los adultos, es decir, una media hora al día.

En mi caso, en las épocas en las que dejo de hacer ejercicio, aumenta mi rumiación mental y me resulta más difícil conseguir controlar mi ansiedad. Hasta mi productividad se ve mermada cuando paso semanas sin hacer deporte. Cuidar mi alimentación y hacer deporte tiene un impacto directo sobre mi bienestar.

Pensar en la felicidad como una meta

Cuando empecé a estudiar sobre la felicidad lo hice porque pasé por una época de desidia en la que nada parecía hacerme sentir bien. Era tremendamente infeliz y quise solucionarlo aprendiendo a ser feliz. Sin embargo me obsesioné con la visión de la felicidad como una meta sin saber que ese era el mayor error que podía cometer. Arthur C. Brooks, profesor de la Universidad de Harvard, lo explica perfectamente en su libro ‘Build the life you want’ donde nos cuenta que la felicidad nunca puede ser permanente.

Pensar en la felicidad como una meta es un error que nos impide ver el bienestar que las cosas pequeñas nos aportan cada día. Queremos que el viaje sea emocionante pero no buscamos llegar a un destino sino disfrutar del camino.

Elegir el placer por encima del disfrute

Cada vez que abrimos Instagram o TikTok, estamos recibiendo un chute de dopamina. Cuando nos comemos un helado porque sentimos hambre emocional, estamos recibiendo un chute de dopamina. En el podcast ‘Ten Percent Happier’ de Dan Harris, Arthur C. Brooks explicaba que confundir el placer con el disfrute es un error que cometemos y que nos aporta un pico de bienestar que no se mantiene en el tiempo. El experto asegura que "El placer te sucede y el disfrute es algo que creas a través de tu propio esfuerzo". El primero es fugaz y sin esfuerzo y el segundo es más consciente y permanente.

Para que entiendas bien la diferencia de lo que hablamos te diré que la clave es intentar transformar el placer inmediato de la experiencia en sí en un recuerdo que perdure en el tiempo. Por ejemplo, en lugar de comernos un helado sin más, podemos tomarnos un helado durante un paseo con nuestra pareja mientras hablamos de planes del futuro. O podemos transformar un simple café en una experiencia divertida que hacemos con nuestra mejor amiga en nuestra casa.

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Guardar rencor

Todas las emociones son normales y pueden tener un espacio en nuestras vidas y el rencor no es una excepción, pero como bien nos explican los psicólogos expertos de PsicoActiva, “disminuyen nuestra posibilidad de disfrutar de nuestras vidas. Incluso, con el paso del tiempo, el rencor podría borrar toda huella de felicidad en nosotros.”

El rencor no hace daño a la otra persona, solo a nosotras impidiéndonos seguir adelante. Es una emoción desagradable o también llamada negativa, que ocupa un espacio mental y emocional que podría llenarse de alegría, amor y positividad. Como persona que no es capaz de guardar rencor por mucho daño que la hayan hecho te digo algo: no significa permitir que los demás te pisoteen, significa liberarte de los conflictos pasados ​​para hacer espacio a la felicidad futura. No me anclo en el pasado sino en el presente y el futuro.

Permanecer en tu zona de confort

Cuando hablamos de la zona de confort lo hacemos de un término de 1908 de los psicólogos Robert M. Yerkes y John D. Dodson. Se trata de un estado psicológico en el que una persona se siente tranquila y segura, pero que si se mantiene en el tiempo hace que el desarrollo personal de ese sujeto, se estanque.

Yerkes y Dodson descubrieron que se podía lograr un nivel constante de rendimiento sin ninguna sensación de riesgo o ansiedad, esa es tu zona de confort. La llamada ansiedad óptima según la Ley de Yerkes-Dodson, se encuentra fuera de nuestra zona de confort y es la que nos permite crecer. Mantenernos demasiado en la zona de confort puede limitar nuestras experiencias y aprendizaje y eso, condicionar y limitar nuestra felicidad.

Ser ingrato

Si ser agradecido es uno de esos hábitos que nos permite ver nuestra vida desde el prisma de la positividad, y darnos cuenta de que tenemos más cosas que nos aportan bienestar de lo que creíamos, ser ingratos o ingratas es un hábito que nos aleja irremediablemente de la felicidad. Cuando practicamos la gratitud, evitamos centrarnos en las ideas negativas por aquello que no tenemos y damos las gracias por las oportunidades recibidas mientras seguimos buscando aquello que deseamos.

Vivir en el pasado

Todas las personas del mundo han cometido errores. Todos nos hemos equivocado y hemos tomado decisiones que desearíamos no haber tomado. Todos nos preguntamos qué hubiera pasado si hubiéramos hecho las cosas de diferente forma, pero pasar demasiado tiempo pensando en el pasado puede bloquearnos e impedirnos avanzar. El pasado es un lugar de referencia, no de residencia. Podemos aprender de él, pero no podemos cambiarlo, pero este y lo vivido en él, nos puede ayudar en el presente y el futuro.

Compararnos constantemente con los demás

Cuando Rosalía y Rauw Alejandro estaban en su momento álgido de pareja, muchas eran las personas que se comparaban con ellos. Las redes sociales hacen que sea increíblemente fácil compararnos con otros, pero se nos olvida que la comparación nos impide ver nuestros propios logros y nuestro valor. Nos hace sentir que siempre nos quedamos cortos aunque nos vaya bien.

Si pensamos que cada persona tiene un camino diferente, un contexto, unas experiencias y una idea de la felicidad, vivir constantemente comparándonos con otras personas solo nos roba tiempo y lo que es más importante, bienestar.

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Ignorar tus emociones

La llamada “armonía deshonesta” es el tipo de crianza con el que vemos claramente los perjuicios de ocultar nuestras emociones. Dejar de dar importancia a nuestros sentimientos, ocultarlo debajo de una alfombra en lugar de enfrentarnos con ellos y aprender a gestionarlos, es un hábito que hacemos sin darnos cuenta y que provoca que lleguemos al extremo en que no podemos hacernos cargo y se empiezan a desbordar nuestras emociones.

Las emociones son una de las formas que tiene nuestro cuerpo de comunicarse con nosotros, diciéndonos qué está mal y qué necesita atención. Ignorar nuestras emociones no hace que desaparezcan, solo las reprime, lo que puede provocar que a larga, sean más difíciles de manejar. Acepta tus emociones, porque ellas son parte de lo que te hace ser quien eres.

Evitar conversaciones difíciles

Hace poco hablaba con diferentes amigas de lo complicado que es enfrentarte a una conversación que sabes que será difícil. Son la primera que tiende a evitarlas a toda costa, porque me aterroriza el efecto que una conversación complicada pueda tener. Pero también sé que las palabras no dichas y los problemas sin resolver son capaces de ir minando silenciosamente mi paz mental. Y la tuya también. Evitar conversaciones difíciles no hace que el problema desaparezca, solo pospone lo inevitable.

Cuando nos enfrentamos a esas conversaciones, especialmente en el ámbito de las relaciones interpersonales, lo que hacemos es cultivar relaciones más sanas y fortalecer los vínculos, o en el caso de que se termine por romper la relación, conseguir un alivio de algo que nos estaba haciendo daño. Ser honesto y auténtico siempre es mucho mejor que evitar el conflicto. Como dice la famosa frase “hazlo, y si te da miedo, hazlo con miedo”. Te digo por experiencia que después sentirás un gran alivio.

No ser capaz de decir que “no”

Mi mejor amiga y yo empezamos a serlo porque ella no sabía decir que “no”, y yo estaba trabajando en ese momento en aprender a negarme a aquello que no quería hacer. Lo único bueno que me ha dado en la vida decir siempre “sí” es a ella. Todo lo demás, me sobraba.

Es genial tener la mente abierta y un espíritu aventurero que nos invite a decir que sí nuevas experiencias, pero decir constantemente "sí" puede llevarnos a un exceso de compromiso y agotamiento. Nos deja sin tiempo y éste es nuestro bien más preciado. Cada vez que decimos “sí” a algo, estamos diciendo “no” a otra cosa. Cuando aprendemos a decir que no a que cosas que no nos aportan, nos parecen o nos gustan, no estamos siendo egoístas, solo estamos poniendo límites y valorando nuestro propio tiempo.

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