Desde que he aceptado que soy introvertida (y lo valoro) soy más "extrovertida" que nunca

Pocas cosas hay que me den tanto coraje como que se premie sistemáticamente ser extrovertido y se vea como una desventaja la introversión

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Hay una estrofa de la canción 'Too Many Drugs' de Rigoberta Bandini que dice: "dentro yo tengo un palacio real lleno de cuartos donde patinar" y que, para mí, describe muy bien algo que resulta difícil de entender para otros. Y es que me cuesta encontrar estímulos externos que me llenen tanto como ya lo hace mi propio mundo interno. Así que pocas cosas hay que me den tanto coraje como que se premie sistemáticamente ser extrovertido y se vea como una desventaja la introversión. 

El antes

Soy una persona introvertida y, durante la mayor parte de mi vida, la mirada de los demás me ha hecho sentirme defectuosa por ello. De pequeña, a mis padres les preocupaba el poco interés que mostraba por relacionarme con otros niños. Solían presumir de que me gustara tanto leer y se reían con orgullo de mis observaciones precoces, pero también les frustraba que fuese ensimismada y fantasiosa.

De adolescente, la cosa no cambió pero sí fui aprendiendo a esconder mis verdaderos gustos e intereses, así como a reprimir mis auténticos deseos. Me esforzaba por hacer, sin que se notara que lo odiaba, todo aquello que se suponía que debía gustarme: pasar mucho tiempo en la calle, ir de discotecas, tener conversaciones vacías con otros adolescentes que basaban toda su personalidad en fumar y/o ser malos estudiantes...


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Acabé convirtiéndome en una adulta con un terrible sentimiento de ineptitud, herida de rechazo e incapaz de disfrutar nada. Todos mis días los concebía como un listado de cosas que tenía que hacer por obligación y no era capaz de augurar un futuro mejor. Por suerte, pasar por terapia a tiempo y darme cuenta de todo lo que acabo de contar me cambió la vida por completo.

El después

Aunque tengamos el estereotipo de la persona extrovertida como alguien encantador; con carisma y don de gentes, mientras que los introvertidos tartamudean al hablar... Lo cierto es que todos podemos pensar en políticos o empresarios que hablan por los codos y que son unos auténticos incompetentes. De hecho, puedes incluso simplemente fijarte en el cuñado de tu cena de Navidad para darte cuenta de que extrovertido no es sinónimo per se de bueno y bonito.

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Con esto tampoco quiero decir que ser introvertido sea en realidad mejor que ser extrovertido. Con ayuda de mi psicóloga aprendí que tanto la extroversión no son más que rasgos de personalidad que, por mucho que tendamos a estereotiparlos y simplificarlos, son complejos y multifacéticos. Son dos maneras de comportarse ante el mundo, de sentir y pensar, que influyen de forma diferente en las personas. Sin embargo, también son unos rasgos no definen una personalidad al completo.

Por desgracia, no puedo cambiar la percepción que tienen los demás de mí o de otras personas introvertidas. Por mucho que me empeñe, no puedo hacer que alguien me considere una persona divertida si su concepto de diversión es, por ejemplo, salir de fiesta todos los fines de semana. Sin embargo, ya no siento que su mirada define mi identidad.

De hecho, aunque supongo que mucha gente no estaría de acuerdo, yo me considero una persona bastante divertida. Simplemente, mi concepto de diversión no hace match con el suyo, del mismo modo que sí lo hace con el de otra gente. Además, hasta donde yo sé, no hay un canon que establezca que es más divertido desfasar de noche que irse de excursión de día.

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Lo que quiero decir es que ese permiso que me he dado para aceptar el juicio externo sin interiorizarlo es lo único que me ha permitido abrirme al mundo. Enmascarar y empeñarme en ser otra persona nunca funcionó y casi me destruye. Ahora se siente verdaderamente bien poder hablar con desconocidos sin que me embargue la culpa por no ser buena haciendo small talk. Surfeo la ola y, si es posible, espero pacientemente un momento en el que poder introducir algún tema de conversación que considere interesante.

También, puedo afrontar ir a algún sitio o atreverme a hacer algo que no me apetece del todo sabiendo que puedo irme pronto si me agobio o no lo estoy pasando bien. Solo se trata de validar mis emociones en vez de castigarme. Sin toda esa culpa y vergüenza lo cierto es que me sorprendo aguantando más de lo que pensaba y, sobre todo, muchas personas ni siquiera llegan a percatarse de mi introversión.

Por supuesto, no soy ingenua y soy consciente de que vivimos en una sociedad que premia a los extrovertidos. Sin embargo ni puedo ser uno de ellos ni quiero. Lo que sí quiero y sí puedo es tenerme a mí misma de mi propio bando.

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