(En la foto: Marina Francisco y Eloi Sala)
Julia estaba sentada en mi sofá y se sentía la peor persona del mundo.
Mientras yo le servía una copa, ella me contaba todo lo sucedido con Pablo, su futuro ex-novio. Se ve que hace algún tiempo, lo empezó a notar distraído y algo nervioso. No podía quitar de la cabeza el repetitivo pensamiento de que Pablo la estaba traicionando. Sabía que espiarlo no era una opción, pero también se convencía de que era lo más “sensato”, teniendo en cuenta que él no quería hablar del tema.
«Pensé: si miro su móvil y no encuentro nada, me sentiré mal, pero me quedaré más tranquila. Y si encuentro algo, al menos no me sentiré gilipollas por haberlo hecho», me contaba mientras se encendía un cigarro.
Pero las cosas dieron un giro inesperado. Inesperado para ella, claro.
Ella se aprendió el código del móvil de Pablo enseguida. Una mirada furtiva hacia el móvil de su novio, mientras él estaba desbloqueando su iPhone, y ya lo tenía fichado. Unas horas más tarde, cuando Pablo estaba muy dormido, Julia cogió su móvil de la mesita de noche y se fue al baño para ver si estaba en lo cierto. Empezó por los mensajes de WhatsApp, los recientes y los archivados (esos tienen mucho qué esconder). No encontró nada. «Qué cabrón, lo habrá borrado», susurró enfadada. Entonces leyó todos sus mensajes privados de Facebook. En algunos de ellos Pablo les contaba a sus amigos las dudas que tenía respecto a su relación con Julia, pero no encontró nada que podría confirmarle la existencia de una otra mujer.
El hecho de que Pablo hablase de ella con otros la preocupó, y es cuando se dio cuenta de que quería saberlo todo. Todo y más. Se fue a la búsqueda de Spotlight de iPhone (para los que o saben lo que es: tú pones una palabra en el campo de búsqueda y aparece todo lo relacionado con ella). Ella tecleó “Julia” y aparecieron miles de mails y mensajes en los que Pablo la mencionaba a ella. Julia sonreía viendo algún iMessage del tipo: “vendremos con Julia, me gusta que esté con nosotros”, y se ponía de mala leche cuando leía conversaciones de Pablo con su mejor amigo en las que le hablaba de que el sexo con ella ya no era como antes.
Aquella noche no encontró nada sospechoso.
Se prometió no volver a hacerlo jamás. «No está bien», reflexionó. «Su móvil es su intimidad». Y en tres días volvió a cogerle el móvil para ver con quién hablaba.
Llevaba medio año haciéndolo: día sí, otro también. Cada día esperaba, excitada, que Pablo se durmiese, para poder saber absolutamente todo de su vida.
«Me convertí en una yonki que ansiaba estar en su cabeza. Si tenía dudas de nuestra relación, yo quería saberlo. Si volvió a ponerse en contacto con su ex, yo necesitaba estar al tanto. Si estaba preocupado por algo, yo deseaba averiguarlo gracias a su móvil. Ya no podía vivir sin saber, un día siquiera, qué le pasaba por la cabeza.»
Una vez invadió su intimidad, ya no había marcha atrás. Es como cuando haces algo prohibido y no te pillan, pasan días y te das cuenta de que es mucho más fácil de lo que te pensabas y vuelves a hacerlo. Y así, hasta que te pillan. O hasta que te vuelves loca.
Julia descuidó por competo su relación con Pablo. Ya no le hablaba- ¿para qué?- si lo consultaba en su móvil. La posibilidad de saber todo lo que él piensa sobre ella le nubló la cabeza. «Con el tiempo ya no veía nada malo en ello», me contaba. «Empecé a justificarme con un “prefiero saber la verdad por muy amarga que sea” y no me di cuenta de que las verdades, a veces, son muy efímeras. Son dudas que tenemos todos y que resultan ser tan temporales que no es necesario enterarte de ellas», me contaba. Y se le caía una lágrima.
Ella no tuvo en cuenta algo muy básico: el hecho de empezar a espiar a tu pareja ya de por sí habla de la falta de confianza. Y cuando eso sucede, poca cosa puedes hacer al respecto. La confianza, al igual que el respeto, son pilares esenciales de una relación. A Julia le faltaron ambos.
El móvil de tu pareja es su micro mundo. Un pequeño mundo que es sólo suyo, y de nadie más. Un mundo lleno de inseguridades, de confesiones, de pasiones, de morbo y -¿por qué no?- de dudas. Ni tú, ni nadie tiene que enterarse de ellos, forzadamente, si tu pareja decide ocultarlos.
Todos conocemos a alguna pareja que se ha separado porque uno de los dos ha descubierto una infidelidad a través de su móvil. Solemos entenderlos y los defendemos: menos mal que le había pillado, imagínate vivir con los cuernos toda la vida.
Pero no. Esto no funciona así. No por confiar plenamente en alguien eres gilipollas. Que tu pareja te tome el pelo, por muy doloroso que sea, es una decisión suya. Tú no eres imbécil por confiar, sino que él (o ella) es imbécil por faltarte el respeto.
¿Qué le pasó a Julia? ¿Había descubierto algo raro?
No, la verdad es que no. Estuvo muchos meses enganchada al mini-mundo de Pablo. Sabía todo lo que pensaba sobre ella, todo lo que supuestamente sentía, el porno que le gustaba (las mujeres de aquellos vídeos no se parecían físicamente a ella), chicas con las que hablaba (luego las buscaba en Instagram y se montaba sus películas) y notas que él tomaba sobre sus cosas. Cada día ella tenía la autoestima más baja. Ella, una mujer segura de sí misma. Ella, una mujer ocupada y con un futuro profesional brillante. Ella, inteligente y guapa. Ella, una mujer completa y… enamorada de Pablo.
Pero Pablo la pilló.
Y ahora está sentada en mi sofá y se arrepiente de todo.
-¿Y si hubiera descubierto algo?- me pregunta, esperanzada. -Eso es lo de menos- le respondo. - Además ni siquiera habrías sabido cómo decírselo.
Julia suspiró y encendió otro cigarro.
Luego volvió a casa. Pablo ya se había ido.