Soy de las personas que le gusta comer poco pero bien, y como mandan los buenos hábitos alimentarios (que muchos desgraciadamente no siguen) con tres comidas al día no basta. Por eso el invento del drunch me parece fantástico.
Cuando inventaron el brunch ya me pareció una grandísima idea para los días de fiesta: para qué levantarse temprano a desayunar si puedes tener más apetito más tarde (pero no tan tarde) y así saborear mejor platos ligeros y huevos Benedict.
Pero es que el nuevo drunch es todavía más interesante: a esa hora, a media tarde, entre el lunch y el dinner, ya tienes el gusanillo dando guerra. No podrás esperar a la cena aunque te sentaría de lujo algo más que la tradicional merienda.
El drunch creo que tiene además un plus de ahorro calórico. Los platos son para un tentempié completo pero nada de comida pesada ni salsas elaboradas: ensaladas divertidas, canapés salados, embutidos ligeros, tapas sencillas y apetitosas. Algún dulce o pastelito de frutas, un vino o cava de calidad (nada de coca-cola) y ya tienes montado un estupendo drunch.
Con todo eso, comes antes de la hora de la cena (que ya desaparece ese día o pasa a categoría de merienda: vaso de leche caliente con cereales) y hay más tiempo para digerir antes de ir a contar ovejitas.
Los días de fiesta serán más informales y diferentes, otras etapas de reunión general en la mesa para charlar y ponerse al día con amigos y familia. No sólo en casa: el drunch se va imponiendo en restaurantes y hoteles, siguiendo esta moda gastronómica importada de EE.UU.
En Barcelona, desde el pasado mes de septiembre, el B-Hotel ha sido de los primeros en ofrecer un drunch, con productos típicos catalanes como el famoso (y delicioso) pan con tomate, anchoas de la Escala y embutidos de calidad, entre otros platos. Me encanta la idea.
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