Está en el Top Ten de los momentos más desconcertantes de tu vida. Abres los ojos, todavía tus neuronas haciendo esfuerzos por conectar entre sí, y entonces descubres que hay algo raro. Una extraña presencia en tu habitación. Y no, no tienes que llamar a un exorcista. Es el día después de haber ligado con un desconocido. Y puede ser mucho más incómodo de lo que te habías imaginado.
Te levantas en una nebulosa. Vamos, como cualquier día.
Desconcierto. Bostezos. Nivel de despeinado: el normal en estas circunstancias. A priori no hay nada en este comienzo del día que lo distinga del resto o lo convierta en algo excepcional.
Aunque nada parece lo de siempre.
El colchón está más duro de lo normal. La colcha, más tiesa. El olor, más reconcentrado. Esto no parece tu habitación...
Así que decides desperezarte y al estirar las piernas...
¡¡Arg!! Error. Grave error. Porque te chocas con algo.
Y descubres que hay algo fuera de lo común en la cama: un extraño.
Alarmas del calibre de las del Blitz londinense resuenan en tu cerebro. Mueves tu mano muy lentamente y tanteas con suavidad en esa zona desconocida llamada "el otro lado de la cama". Efectivamente, hay algo o alguien ahí.
Entras en Fase Dori: ¿qué hice ayer? ¿Con quién estuve? ¿A qué dediqué mi tiempo libre?
Y se hace la luz.
De momento es una luz muy suave, como la de una linterna manual.
Hablaste con un chico con barba.
Genial, eso descarta exactamente a 0 personas de este país. Malditas modas.
Y vuelves al momento Dori: ¿cómo se llamaba aquel chico?
Los buscadores de internet han mejorado una barbaridad en los últimos tiempos, pero no alargues la mano buscando tu móvil porque allí no vas a encontrar la solución. La respuesta a tus preguntas está en algún rinconcito de tu todavía dormido cerebro y más vale que lo encuentres ya o estarás metida en un buen lío.
Tu primera reacción es correr como si te persiguiera la Parca.
Aunque la lógica te dice que seas un poco más sutil. Que salgas muy despacio de la cama, casi sin respirar, que recojas los restos de tu ropa y desaparezcas de allí. Lástima que no exista la teletransportación. Aún.
Pero lo que realmente te aterra es que te pase como a la chica del anuncio de los cereales.
Y quedarte atrapada en casa de Pedro/Antonio/Marco/Sergio/Daniel/Cómo se llame este hombre en un bucle infinito de cereales crujientes y momentos incómodos.
¿Tu única solución? Sacarte algún truquito mágico de la manga.
Asúmelo: eso no va a pasar. No, y cualquier otra cosa que se le parezca mínimamente, tampoco.
Al final, lo mejor es actuar con naturalidad y repetirte que nunca, nunca más caerás en esta trampa.
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