Vivo sola desde los 23 años, algo que para ser millennial podría considerarse todo un triunfo. En casa de mis padres siempre habíamos tenido vitrocerámica, y en la primera casa a la que me mudé tenían gas. Un sueño para aquellos que como yo, somos amantes de la cocina, tenemos mil libros de gastronomía y nos creemos más listas que nadie. Era una pija de la cocina que se creía eso que siempre se ha dicho de que con lo que mejor se cocina es con gas.
La cocina con gas me hacía recordar la casa de mis abuelos y cocinar en ella me enamoró perdidamente. Los guisos en esa placa de gas eran otro cantar porque como nos explican los expertos de Directo al Paladar “son imbatibles para largas cocciones de guisos tradicionales, pues mantienen muy bien la temperatura”. Pero un buen día se estropeó y tocaba decidir si mis prejuicios ganarían. Y sí, tenía miedo de cambiar y que mi tortilla de patatas dejara de ser tan alucinante.
El riesgo de las cocinas de gas
Comenzaré diciendo que limpiar la placa de gas era una auténtica tortura. Son incómodos y complicados de mantener limpios, pero renunciar a cocinar con fuego me parecía una tragedia. Sin embargo, este estudio dirigido por científicos de la Universidad de Stanford avisa de algo: el gas puede aumentar las concentraciones de benceno en interiores, una sustancia química relacionada con el cáncer. Incluso hay investigaciones que afirman que el gas puede ensuciar tanto el aire de una cocina que sería ilegal si estuviera fuera. Además, son más peligrosas de usar por los riesgos de quemaduras que implica la llama abierta, y existe un riesgo de fuga de gas.
El gas natural es un hidrocarburo mezcla de gases ligeros de origen natural. Principalmente contiene metano, un gas de efecto invernadero 80 veces más dañino para el medio ambiente que el dióxido de carbono. Este dato me hizo decidirme más que el hecho de que, aunque la ventilación ayuda, la inhalación de dióxido de carbono causa de media 125 muertes al año en España según la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ). Es más, la exposición prolongada, incluso a bajos niveles, de monóxido de carbono puede tener efectos adversos cardiovasculares.
El cambio a inducción, la mejor decisión para mi cocina amateur
El gas suele ser la opción preferida por los profesionales y los defensores de la cocina más tradicional, por esa idea subjetiva de que con fuego la comida sabe más auténtica. Sabe mejor. Te diré que, después de pasarme a la inducción, sé que es solo una idea con poca o nada base científica.
La inducción es un sistema más moderno y avanzado tecnológicamente que funciona con energía eléctrica y a través de un campo magnético. Actúa en base al principio de la ley de Faraday. Cuando la encendemos se genera un campo magnético que por sí mismo no produce calor (por eso la placa no quema si ponemos la mano encima cuando la encendemos), que al entrar en contacto con un material metálico logra que este se caliente sin calentar la placa de vidrio.
Menos peligrosa, menos gasto energético (mi yo sostenible lo ha agradecido mucho, y mi bolsillo también), más fácil de limpiar y más segura. Y la comida sabe tan bien como en el gas, te lo aseguro. De hecho a nivel de cocinado, funciona de forma similar al gas porque aumenta rápidamente el calor como cuando abrimos más el gas. Y nunca había cocido agua tan rápido como con la inducción.
A pesar de mis reticencias al principio y de mi pensamiento erróneo de que cocinar con otra cosa que no fuera gas era traicionar a mi yo más culinario, ahora la inducción se ha convertido en mi mejor amiga y en la mejor inversión de mi cocina junto con mi airfryer.
Fotos | Sven Brandsma en Unsplash, KWON JUNHO en Unsplash y 🇸🇮 Janko Ferlič en Unsplash
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