La experta en crianza Esther Wojcicki afirma que fomentar que los niños hagan tareas cotidianas solos y de forma independiente, es una forma de empoderarse. Es más, cuando permitimos que los niños desarrollen su autonomía, estamos fomentando su resiliencia y confianza para enfrentarse a los fracasos y asumir riesgos necesarios y calculados, según muestran las investigaciones. El pediatra estadounidense Jonathan Williams, añade que involucrarles en las tareas del hogar desde que son pequeños es el mejor hábito para criar niños felices, pero ¿qué pasa si les damos demasiadas responsabilidades cuando son pequeños? Que corremos el riesgo de que se produzca un cambio de roles o parentificación.
Según este estudio, la parentificación ocurre cuando se espera que los niños o adolescentes asuman roles de adultos cuando no están preparados cognitiva o emocionalmente. Existen diferentes tipos según la psicología, como explican los expertos de Mentes abiertas, como la parentalización instrumental en la que “el niño asume responsabilidades prácticas y tareas domésticas que normalmente serían responsabilidad de los adultos”, como por ejemplo cuidar de hermanos menores; o la parentificación emocional en la que “un niño se convierte en el confidente o apoyo emocional de sus padres o cuidadores”. Esa parentificación puede afectar al desarrollo de los niños y afectar también a su vida adulta. Es más, según la psicología, los niños que crecieron con más responsabilidades de las que cabría esperar para su edad pueden tener estos patrones de comportamiento específicos cuando son adultos.
Te cuesta identificar tus propias necesidades
La autoconciencia, una habilidad relacionada con la inteligencia emocional, no es algo con lo que se nazca, y en base a nuestra educación, crianza y experiencias, estará más o menos desarrollada. Si durante tu infancia tus necesidades emocionales y prácticas quedaron en un segundo plano porque te encargaste de cuidar a otros, es posible que en la edad adulta te cueste entender qué necesitas o qué es lo que quieres. Como te dieron demasiadas responsabilidades para las que no estabas preparado, no tuviste tiempo ni espacio para descubrir quién eras fuera de la dinámica familiar y como resultado, llegaste a la edad adulta sin un sentido de identidad bien definido.
Eres complaciente
Cuando has crecido con un exceso de responsabilidades y has vivido una parentificación en la que has sido tú, como hijo o hija, la persona encargada de cuidar de sus padres y no al revés, no aprendiste que cada uno es responsable de sus propias emociones. Te enseñaron que tú eras responsable de que tus padres estuvieran bien, y ese patrón de pensamiento continúa contigo, haciéndote una persona complaciente y que siempre quiere agradar a otros. Eso nos hace caer en la trampa de la aprobación, concepto creado por el Dr. Harold Bloomfield, que hace que nos volvamos complacientes para asegurarnos de que todos los demás sean felices, pero que nos sobrepasarnos emocionalmente y eso nos hace descuidar nuestra propia felicidad. Recuerda algo: no estás obligado a satisfacer las necesidades de los demás.
Te cuesta pedir ayuda
Si cuando eras niños tenías demasiadas responsabilidades y eras tú la persona encargada de solucionar las casas, es posible que te cueste mucho pedir ayuda. Te enseñaron desde pequeño que tenías que ayudar, y que tu supervivencia dependía de ser autosuficiente, así que puede que ahora, siendo adulto, sientas vergüenza o veas una debilidad en el hecho de pedir ayuda a otros.
Asumes el papel de cuidador siempre
Según esta investigación, cuando un niño es tratado como un “padre”, es decir, cuando tiene más responsabilidad de la que debería asumir por su edad, se crea un entorno en el que la conducta de cuidado del niño mantiene el equilibrio familiar. El niño aprende que su intervención es necesaria para el bienestar de la familia y en sus relaciones en la vida adulta vuelve a asumir ese papel de cuidador aunque no haya una expectativa explícita de lo que haga. Además, las investigaciones aseguran que los niños parentalizados tienen más "características de cuidador" que los niños que no lo han sido.
Tienes miedo al abandono
Tu miedo al abandono puede tener su raíz en que siempre has asumido más responsabilidad y piensas que si no estás disponible para otros, dejarán de necesitarte y se irán. El motivo de ese temor es que aprendiste a alimentar tu autoestima con lo que le dabas a tu familia, lo que provocó durante tu infancia que desarrollaras un estilo de apego inseguro como explica este artículo de investigación de la Universidad de Columbia. Según sus expertos, los niños demasiado parentalizados "suelen experimentar ansiedad por el abandono y la pérdida, y muestran dificultad para manejar el rechazo y la decepción en las relaciones interpersonales".
Te cuesta poner límites
Los límites son esenciales en cualquier relación, ya sea en una relación de pareja como en una relación laboral o con amigos. Nos ayudan a definirnos y a establecer los comportamientos que consideramos inaceptables en cualquier relación. Nuestras experiencias infantiles tienen un efecto directo en cómo establecemos o no límites como adultos. Si creciste en un entorno familiar que te exigía demasiado y en el que tenías muchas más responsabilidades de las que son consideradas como saludables para un niño, es evidente que tus padres no te enseñaron a poner límites y ahora te cuesta hacerlo.
Vives queriendo controlarlo todo
Piénsalo. Creciste en un entorno en que tus padres te necesitaban para salir adelante. En que asumiste grandes responsabilidades. Esto puede hacerte creer que otros dependen de ti de una forma poco saludable, lo que provoca que tengas la costumbre de querer controlarlo todo como tenías que hacer de niño. Además, las personas que necesitan tener el control de cada situación tienden a confiar en esa sensación como una forma de sentirse seguras.
Fotos | Brett Jordan en Unsplash, Vitolda Klein en Unsplash, Christine Benton en Unsplash
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